Recuerdo cuando me halagabas
sin palabras
con los dedos en la espalda
y los ojos en la nada.
Cuando me perdías
entre medias historias,
entre medias baladas.
Y no eramos nada,
por no ser,
por no tener que aparecer.
Cuando tus ojos traicioneros
llevaban al mayor acertijo
jamás descubierto.
Y sobretodo recuerdo
cuando, tras mucho perder
me di cuenta de que no eras
quien me haría volver.