La isla, el sueño, la marea,
la droga que nos sueña
y no nos condena.
El mar, la roca, la arena,
que recorre airosa
la distancia hasta su casa
en tu boca.
Los fuegos, la tormenta, el destino
desterrando lentamente y con suspiros
baladas de prostíbulos clandestinos.
La noche, la tarde, la mañana,
la esperanza que se agota
en la soledad de su alabanza.
Y los juegos, sobretodo los juegos,
vencedores imbatibles,
asesinos tan inútiles
de libélulas al viento amordazadas.
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