"Vaya estúpida manía de llorar viendo Titanic." Masculló frente al ordenador, mitad hablando para sí misma, mitad intentando que todo el universo virtual le escuchase.
Salí de mi ensimismamiento y me acerqué a su espalda, asomando la cabeza por encima de su hombro en busca de la causa de su repentino comentario. Cuando notó la respiración en su cuello cerró de golpe el portátil, lo que ocasionaría sus remordimientos algo más adelante.
"¡Eh! ¡Es personal!", me regañó.
"Solo quería ver a Di Caprio, ya sabes como me pone", le guiñé el ojo cómplice, esperando que eso calmase un poco sus humos.
"Di Caprio eh, vaya un ideal más tonto de romanticismo"
"¿Y que dirías tú que es el romanticismo doña insensible?" pregunté, en un tono claramente provocador.
"Discutir". Esperaba una respuesta inusual pero su contestación me dejó completamente fuera de lugar.
"No pongas esa cara de poker, si lo piensas bien no es tan extraño", mientras decía esto fue recolocándose hasta situarse frente a mí clavando sus ojos insaciables en los míos. Tragué saliva con dificultad e intenté disimular torpemente lo mucho que me intimidaba su proximidad.
"Discutir es exponer tu opinión más sincera sobre la de otra persona, sin temer que esta te juzgue por ello. Por eso creo que las parejas que son capaces de enzarzarse en una conversación muestran la confianza que tienen en que la otra persona les siga queriendo por muy idiotas que consideren sus opiniones."
Acabó la frase como quien suspira, volviendo a sus retorcidos pensamientos y dándome así unos segundos para recomponerme.
A veces me sacaba de mis casillas esa facilidad de tenía Tania para perderse entre divagaciones, pero otras, me venía de perlas para pensar algo adecuado que decir. ¡Dios! Era una auténtica genio.
Pegué un respingo al volver a notar su mirada, ya en el mundo real, contemplándome a centímetros.
"Resumiendo, cuanto más te enfades conmigo, más me quieres, ¿no?"
Bufó, haciendo un gesto de desdén con la mano.
"Me has entendido mejor de lo que me has respondido. Para variar..."
Con eso dio por finalizada la conversación, abrió de nuevo el portátil y retomó sus asuntos cinematográficos.
Yo me quedé ahí plantado, observando sus ágiles manos sobre el teclado, su extraña manera de encontrar comodidad en las posturas más variopintas y su manía de levantar la ceja pronunciado en silencio alguna pregunta irónica, probablemente acerca de la estupidez humana. Y, ¡joder! Mentiría si dijese que no firmaría por poder discutir con ella cada día, aun que fuese por el mando de la televisión. Quizá, eso que sentía era amor, no lo sé, nunca me llegó a explicar lo que significaba esa palabra.
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