En aquella fiesta de disfraces
solo una persona destacaba
su mirada refulgía
tras toda la parafernalia.
Ataviada con la más bella máscara
recorría toda la sala
todos los asistentes sonreían a la triste dama,
anfitriona delicada, musa en la orilla varada.
Por una noche el gris se esfumó,
en todo, el color brillaba.
Se sorprendió a si misma de verse
protagonista de tal increíble velada.
Por fin encontró la felicidad
que tanto tiempo hacía que buscaba.
De cada rincón, flores le regalaban,
y de cada boca, surgían dulces palabras,
todas sin excepción odas a sus hazañas,
todo versos de adiós, en ese funeral sin caras.
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