Té con Dostoyevski

Imaginemos a un sujeto, ente quizá, menos humano, pero neutro, por no entrar en problemática machista/feminista. Lo cual
me parece una completa idiotez pero en fin prosigamos con este ente, digamos K. Bien, K se levanta en un nuevo día ocioso como el más rico o el más pobre. Porque es bien sabido que solo los reyes y los mendigos están ociosos. ¡Vaya una injusticia! Ahora, en un punto álgido del aburrimiento compañero del ocio K estampa un racimo de uvas contra el mantel, porque es lo lógico que pasa cuando un ente se aburre. Las uvas estallan salpicando su pegajoso contenido por todas partes, dibujando extrañas formas parecidas a tentáculos de un kraken refugiado bajo la mesa. Algo así, como es normal, consigue envalentonar a nuestro sujeto. Como resultado, una nueva ráfaga de proyectiles carnosos atraviesan el aire sufriendo el mismo destino que sus precursoras.

Más tarde, cuando el aburrimiento supremo va dejando paso al cansancio (orden lógico de la naturaleza humana) la lluvia cesa y el mantel se ha convertido en una pelea de llamaradas de colores, cual fuego fatuo, peleando por la supremacía. Ahí es cuando el ente K elabora su plan brillante inconscientemente y preserva su obra.
Con el tiempo, otro ente llegará, encontrará el estropicio, buscará aleatoriamente una palabra profunda en el diccionario, pongamos que su dedo a topado con la N, entonces elegirá "nostalgia" o "nihilismo" y desde entonces millones de dólares, euros, yenes y demás tipos de monedas pudientes recorrerán el mundo con el fin de que otros terceros, cuartos e infinitos entes incultos, deseosos de pasear su cola de pavo real por los lugares más exclusivos que sus obcecadas mentes puedan hallar, puedan observar ese mantel cual obra suprema de la profundidad humana y analicen en vano los supuestos sentimientos del atormentado artista.
Y así, generación gran generación, es como surge el arte.