8.09.2017

Evolución

Veinte años desperdiciados en decidir
si echar por la borda
otra veintena más.
Veinte años para aprender a llorar,
porque hay demasiadas cosas rotas
y no suficiente tiempo para maniobrar.
Cogiendo destreza para cerrar
anuncios de pingüinos
proclamando desde su iceberg,
el fin mundial;
mientras todo un universo paralelo
se abre en la pantalla del ordenador,
iluminandome la cara con porno sideral,
como la luna alumbra
con cariño a sus bastardos.
Un universo a 3000 kilómetros por hora
del que empieza a ser dificil saltar,
y aún más buscar el malabarista
que nos ayude a aguantar en equilibrio
sobre este tren en movimiento.
Y así estamos vacíos,
y nos queremos a medias,
y estamos huecos
y nos buscamos el eco.

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